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ARQUEOLOGÍA SOBRE RUEDAS

«EL INGENIOSO NOSTÁLGICO DON QUIJOTE DE LA MANCHA (DE ACEITE)»

#TalDíaComoHoy 22 de abril murió en 1616 Miguel de Cervantes, príncipe de las letras en lengua española. Y para celebrarlo vamos a «adaptar» en un relato corto y distópico el alma de su obra maestra, «El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha» al universo de las cuatro ruedas.

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«En un lugar con una Mancha de Aceite, de cuyo origen no quiero acordarme, vivía no ha mucho un cuñado flaco y terco llamado Alfonso Octano, de los de volante fijo, embrague duro y motor de combustión fiel.

Dormía entre bidones vacíos, respiraba aceite recalentado y desayunaba el sonido de motores antiguos reproducidos en un «walk-man» que solo funcionaba si le dabas un golpe seco en la tapa. Su casa —una nave de taller abandonado en lo más profundo del polígono— olía a goma quemada y aceite rancio.

Decían que estaba solo, pero eso no era del todo cierto: compartía su vida con un viejo Ford Escort del 92, azul desconchado, asientos de otro coche y un alma que, según él, aún recordaba el vértigo de las curvas tomadas con hambre. Lo llamaba Rocinante, como los antiguos caballos legendarios, aunque sus ruedas estaban desalineadas y el escape colgaba como una lengua agotada.

El resto del mundo, mientras tanto, se deslizaba en cápsulas silenciosas, sin pedales, algunos sin volante, sin memoria. Los niños aprendían a programar la ruta antes que a mirar por el retrovisor. Las estaciones de servicio eran centros de recarga, y la gasolina un mito sobre padres que olían raro al volver del trabajo. En las ciudades estaba prohibido rugir.

Pero Alfonso Octano no se rindió. Al contrario: cuanto más callado estaba el mundo, más fuerte hablaba su motor.

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Había llegado a creer que no solo se podía vivir con gasolina, sino que era un deber moral hacerlo. Sus paredes estaban forradas con pósters de rallies extinguidos, diagramas de árboles de levas y frases escritas con rotulador grueso con lindezas como: “La libertad es una curva mal tomada” o “Sin embrague no hay elección”.

Su única compañía era un asistente mecánico de nombre Sancho Bit, un robot de diagnóstico modificado que alguna vez había servido en un taller oficial de la marca. Tras una subida de tensión se quedó medio tonto, y Alfonso lo adoptó como copiloto espiritual. Sancho no entendía del todo su cruzada, pero sabía cuándo quedarse callado y cuándo sujetar una garrafa de aceite sin preguntar.

—Sancho —le dijo el Caballero de la Triste Gasofa una noche, mientras limpiaba el polvo del parabrisas con un trapo empapado en nostalgia—. El mundo ya no vibra. Solo se desliza.

—Afirmativo —dijo el robot, sin levantar la cabeza—. Nivel de vibración actual: nulo. Emoción estimada: baja.

—¿Y sabes por qué? Porque le han quitado el rugido. Le han quitado la lucha. Le han quitado el alma.

Fue entonces cuando tomó la decisión. Ya no bastaba con recordar. Había que actuar. Iba a salir ahí fuera, motor por delante, y enfrentarse a los nuevos gigantes: las flotas autónomas, los algoritmos de tráfico, los drones con prioridades ecológicas.

Iba a enseñarles a todos lo que significaba acelerar con las tripas.

Y así, con el depósito medio lleno y el corazón al rojo vivo, Alfonso Octano arrancó su vieja máquina, la bestia oxidada que aún creía en el rugido. Y mientras el sol se apagaba entre los restos de autopistas sin alma, el último caballero de la combustión interna partió a salvar un mundo que ya no lo necesitaba«.

Miguel Ángel Linares
Miguel Ángel Linares

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