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#MÚSICA + COCHES

EDUARDO BENAVENTE, TINO CASAL Y CANITO: LA MOVIDA SILENCIADA EN EL ASFALTO

#TalDíaComoHoy 14 de mayo de 1983 murió Eduardo Benavente, uno de los primeros grandes referentes de la Movida madrileña. guitarrista y batería, primero, de Alaska y los Pegamoides y después de Parálisis Permanente. El asfalto se llevó a una de las estrellas más emergentes de. la música española de los 80.

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Brillaron como estrellas brillantes, pero se estrellaron antes de tiempo. Tres nombres (Eduardo Benavente, Canito y Tino Casal) lo tenían todo: talento, carisma, juventud. Y lo perdieron todo en el mismo lugar: la carretera. La Movida madrileña, ese estallido de libertad, modernidad y música, quedó marcada por su ausencia.


«Horror en el hipermercado», Alaska y los Pegamoides

Eduardo Benavente: el ídolo oscuro que encendió la mecha del punk español

Eduardo Benavente, nacido en Madrid en 1962, tenía apenas 20 años cuando un coche se cruzó en su destino. Y aún así, con una vida tan corta, logró dejar un legado profundo. Su imagen —delgada, ojerosa, enfundada en cuero negro, con esa mirada entre trágica y desafiante— sigue siendo un símbolo del postpunk español. Y su muerte, ocurrida en la carretera nacional entre Alfaro y Zaragoza, una herida abierta para generaciones enteras.

Benavente empezó pronto. A los 17 años ya tocaba en Alaska y los Pegamoides, la banda con la que recorrió los escenarios más atrevidos de Madrid y donde firmó himnos como “Horror en el hipermercado”, “Bote de Colón” o “El Plan”. Allí compartía escenario con Alaska, Nacho Canut y Ana Curra, con quien luego mantendría una relación sentimental y creativa. Era inquieto, rebelde, adicto a la creación.

«Quiero ser santa», el mayor éxito de Parálisis Permanente

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En 1981, cansado de los colores neón y la estética desenfadada del grupo, decidió romper con el synth-pop y lanzarse al abismo del punk oscuro, creando Parálisis Permanente. Fue un giro radical. Letras más duras, estética siniestra, guitarras sucias y una voz profunda y obsesiva. El EP “Autosuficiencia” abrió el camino. Luego vino “Quiero ser santa”, y, sobre todo, el álbum definitivo: “El Acto” (1982).

“El Acto” fue un golpe sobre la mesa del pop español. Canciones como “Adictos a la lujuria”, “Un día en Texas” o “Tengo un pasajero” marcaron un antes y un después. Había nacido el punk ibérico con conciencia estética y existencial. Eduardo era ya el nuevo ídolo. El que bailaba con la muerte, pero con pose.

La madrugada del 14 de mayo de 1983, el grupo viajaba en un Ford Fiesta hacia un concierto en Zaragoza. Eduardo no conducía. En algún punto de la N-232, cerca de Alfaro, el coche se salió de la vía y dio varias vueltas. Eduardo murió en el acto. Tenía sólo 20 años. Ana Curra, que iba en el coche, sobrevivió.

No fue solo un accidente. Fue un corte de raíz. Se fue con él la posibilidad de una evolución musical que muchos intuían: que Eduardo terminaría siendo el Ian Curtis español, el Bowie oscuro del sur. Hoy sigue siendo un icono congelado, eterno, porque no tuvo tiempo de equivocarse.


Canito, al fondo, junto a los hermanos Urquijo

Canito: el batería cuya muerte dio origen a la Movida

José Enrique Cano Leal (1959-1980), conocido como Canito, no solo fue el primer fallecido de la generación musical que revolucionó Madrid. Su trágica muerte, además, sirvió de chispa involuntaria para encender lo que hoy llamamos la Movida Madrileña.

Canito era el batería de Tos, el grupo que más tarde se convertiría en Los Secretos, junto a los hermanos Urquijo. Tenía 20 años cuando la madrugada del 1 de enero de 1980, tras celebrar la Nochevieja con amigos y compañeros músicos, decidieron seguir la fiesta en una casa en Villalba, en la sierra madrileña.

Durante el trayecto, varios coches del grupo se separaron. Canito y otros se detuvieron en el arcén de la carretera de La Coruña (N-VI), cerca de La Navata, para esperar a los que se habían quedado atrás. En ese momento, un coche conducido por un joven ebrio que debía incorporarse al servicio militar al día siguiente impactó brutalmente contra los vehículos estacionados.

Canito estaba fuera del coche en ese momento. El golpe fue directo. Quedó gravemente herido y fue trasladado al hospital. Murió tres días después, el 3 de enero de 1980, dejando una sensación de injusticia y vacío que aún hoy duele.

El mítico concierto homenaje a Canito que dio origen a la Movida

Pero su muerte también unió a toda la incipiente escena musical. El 9 de febrero de 1980, sus amigos organizaron el “Concierto homenaje a Canito” en la Escuela de Caminos de la Universidad Politécnica de Madrid. Tocaron Nacha Pop, Alaska y los Pegamoides, Paraíso, Mermelada, y por supuesto, Los Secretos, que debutaron con ese nombre como forma de renacimiento.

Tos cantando «Déjame» en el concierto homenaje a Canito

Muchos consideran ese concierto el acto fundacional de la Movida Madrileña. La muerte de Canito fue el punto cero de una revolución cultural.


Pedro, de blanco, en la portada del primer disco de Los Secretos

Pedro Antonio Díaz, la «maldición» de Tos/Los Secretos continúa

Con la muerte de Canito en 1980 no terminó la «maldición» de los hermanos Urquijo, alma de Tos y después de Los Secretos, con la muerte en la carretera. El batería que sustituyó a Canito fue el alcarreño, nacido en Guadalajara, Pedro Antonio Díaz (1955-1984), que de hecho formó parte de la mítica portada del primer álbum, homónimo, de Los Secretos, en el que se incluyen sus canciones más famosas, como «Déjame», «Sobre un vidrio mojado» u «Ojos de perdida». En la portada del disco podemos ver a Pedro, junto a los tres hermanos Urquijo (Enrique, Álvaro y Javier), en primer plano con sus sempiternas gafas de sol.

Pero la trayectoria de Pedro en Los Secretos también terminó en tragedia. El 12 de mayo de 1984, el batería murió a los 28 años en el término municipal de su Guadalajara natal cuando el coche en el que viajaba con dos amigos se vio envuelto en un brutal accidente múltiple con dos camiones y un tractor. Uno de los dos acompañantes del músico también perdió la vida. El asfalto, siempre tan unido a la tragedia de tantas. y tantas estrellas de la música.


Tino Casal: el dandy barroco que se estrelló contra una farola

Si la Movida fue un carnaval, Tino Casal (1950-1991) era su maestro de ceremonias. Elegante, exuberante, provocador. Era el Bowie español, pero con sabor a Asturias y barroquismo cañí. Pintor, diseñador, cantante, productor: un hombre total.

Nacido en Oviedo en 1950, su carrera fue de todo menos lineal. Pasó por grupos como Los Archiduques, vivió en Londres, grabó en Japón y regresó a España para desatar su genio estético. Su debut “Neocasal” (1981) fue un terremoto. Luego vinieron “Etiqueta negra”, “Hielo Rojo” y el mítico “Lágrimas de cocodrilo” con el hit “Eloise”.

Casal no solo hacía música: creaba mundos. Fue productor de Obús y Goma de Mascar, y mentor de artistas visuales. Cada aparición suya en televisión era un manifiesto visual, una bofetada al costumbrismo. Pero bajo el maquillaje había fragilidad.

En 1984 sufrió una caída que le provocó una grave infección. Estuvo al borde de la muerte. Se retiró un tiempo, pero regresó en 1989 con más fuerza. Preparaba su siguiente disco cuando, en la madrugada del 22 de septiembre de 1991, el coche en el que viajaba impactó contra una farola en el barrio de Chamartín. Tino murió en el acto. Iba de copiloto.

Tenía 41 años. El parte médico habló de un exceso de velocidad. Otros hablan de un coche sin airbag. Lo cierto es que el coche se llevó por delante al gran renovador de la estética pop española. Y se fue justo cuando más falta hacía.


Los Secretos, con Pedro Antonio Díaz a la batería en 1981

Epílogo: lo perdieron todo en el asfalto

Eduardo, Canito, Tino, Toti. Cuatro nombres. Cuatro caminos truncados. Cuatro músicos que lo tenían todo: talento, futuro, estilo, identidad propia. Y todo lo dejaron en la carretera.

La Movida no murió con ellos, pero tampoco volvió a ser la misma. Cada accidente fue un aviso brutal de que la velocidad, el exceso, el riesgo, también tienen un precio. Y ese precio se paga en sangre, en silencio, en esquinas grises de la noche.

No fueron víctimas del olvido, sino víctimas de la prisa, del coche que no frenó, del asfalto que no perdona. Sus muertes nos recuerdan que una curva puede cambiar la historia de la música, y que la carretera, como la fama, te puede llevar muy lejos o dejarte tirado para siempre.

Miguel Ángel Linares
Miguel Ángel Linares

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